viernes, 3 de abril de 2009

Por Alfonsín, ni una lágrima.

La mezcla de pavada, cinismo, desmemoria, autismo, hipocresía, cholulismo, e idiotez lisa y llana de cierta clase media porteña afloró nuevamente con la muerte de Alfonsín. Directamente se produjo la erupción de un volcán de sentimientos fabricados por la televisión basura. Una subjetividad degradada y formateada por los medios masivos estalló ante las cámaras. Bastó que alguno dijese que aquél era el padre de la democracia para que cientos lo repitiesen.
Obviamente que no me refiero ni a los radicales que fueron a despedirlo, ni a sus fieles consecuentes. Hablo de los otros, de los miles de otros que de golpe descubrieron en el hombre muerto toda la ética que le falta a la república.
No necesito explicar que Alfonsín no fue el padre de la democracia. Fue el primer presidente elegido por el pueblo luego de la acelerada retirada militar por la derrota en Malvinas. Nada más. Pero en su gobierno se instaló una curiosa y reaccionaria teoría: la de los 2 demonios. Resulta que expresaban la misma sustancia demoníaca los militares genocidas que implementaron una profunda contrarrevolución en la estructura argentina, que los desaparecidos, los presos, los torturados, los exilados, los miles y miles de trabajadores, estudiantes, científicos, escritores y, como se dice, gente de a pie que luchó por la transformación de la Argentina, por la Liberación Nacional y el Socialismo.
El Alfonsinismo es el silenciamiento de que en nuestro país un proceso de cambios profundos fue derrotado a sangre y fuego; que el país que nos quedó fue consecuencia de la derrota.
Se fue la Dictadura, vino la democracia, pero el país saqueado, empobrecido , con desigualdades abismales, con su memoria secuestrada, se siguió multiplicando.
Alfonsín estaba en el Gobierno y durante meses continuaron presos 117 compañeros militantes políticos condenados por Tribunales de Guerra y otras delicias jurídico militares.
Alfonsín intentó echar a las Madres de Plaza de Mayo de la misma plaza, acusándolas de antiargentinas.
Alfonsín intentó asegurar la impunidad para la inmensa mayoría de los represores por medio de las leyes de punto final y obediencia debida, una de las leyes más aberrantes de la historia argentina.
Pero no queremos hablar de esto, sino de ese hombre ético que se pretende oponer a los decadentes actuales.
Para que tengamos una idea, Alfonsín se encontró con un Estado vacío. Cámara de Senadores, Cámara de Diputados, las legislaturas provinciales, los consejos deliberantes, todas las instancias de gobierno democrático en todas las jurisdicciones del país, miles y miles y miles de cargos permanentes llenados con alfonsinistas. No juzgo, constato.
Tengo un amigo que desde la vuelta de la democracia es juez de falta en mi municipio. Tengo un amigo que era trabajador municipal, que le volaron la casa con una bomba, que tuvo que vivir clandestino, que nunca logró que la democracia le devolviera el puesto. No juzgo, constato.
Si juzgo al delincuente del Coti Nosiglia, que habló en el entierro, mafioso vinculado al negocio de la salud entre otros, espada principal del alfonsinismo.
Si juzgo a Aníbal Reynaldo, titular del Banco Hipotecario en tiempos de Alfonsín, una personaje al que todo el que quiera enriquecerse con la política debe envidiar.
La voy a hacer corta. Fíjense la Universidad alfonsinista; un antro de mafia y corrupción que aún perdura. Camarillas que se reparten cargos, que dilaten o fraguan concursos, que se reparten dinero e influencias. Esa es la Universidad del ilustre muerto. Hasta hace poco la UBA fue así, y siguen controlando facultades. La UNL, en Santa Fe, es así, una mafia decadente.
Me parece que la decencia hay que ir a buscarla a otra parte, quizás en algunos de esos miles de luchadores por la democracia, que Alfonsín despreció, y que volvieron a ser cotidianos trabajadores.
Se sabe muy bien desde Freud, si la democracia tuviese un padre habría que matarlo para poder vivir en democracia.




Federico Soñez

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