domingo, 29 de marzo de 2009

SOBREVIVIENTES


24 de Marzo de 2009 (Al querido Manuel, que no nació en España...)



En situaciones casi mecánicas, año tras año, las organizaciones de “izquierda” se reúnen para organizar la marcha del 24 de marzo. En esas reuniones, menos el sexo de los ángeles, se discute todo hasta extremos lindantes con la estupidez: las consignas principales son tema de arduas negociaciones porque cada organización pugna porque, inexorablemente, el conjunto heterogéneo adopte aunque sea medio renglón de su “línea”...
Sin embargo, algunos reflexionamos, obligatoriamente, sobre las razones por las cuales marchamos cada año y es entonces cuando nuestra mente y memoria se pueblan de rostros no sólo ausentes, sino con otros de la vida cotidiana, aquellos que han continuado sus vidas a pesar de que por sus cuerpos, por su propia existencia, pasó la dictadura y, con ella, la misma muerte.
Esos sobrevivientes caminan entre nosotros, como cualquiera, pero se diferencian del resto porque en los setenta fueron militantes revolucionarios o guerrilleros de fusil en mano. Pertenecieron a diferentes organizaciones populares: PRT, ERP, MONTONEROS, OCPO, FAL, FAR, FAP y tantas otras. Quedaron vivos por diversas razones: algunos cayeron presos antes de la dictadura del ’76 y con eso, paradójicamente, salvaron sus vidas y no fueron asesinados en su mayoría, aunque hubo algunos que fueron fusilados por aplicación de la “ley de fuga”, o que se “suicidaron” en las cárceles o simplemente desaparecieron una noche cualquiera de sus celdas y sus compañeros no volvieron a saber de ellos.
Otros, salvaron sus vidas porque se fueron del país, en medio de la noche y la barbarie, sólo con lo puesto y dispuestos a volver en cualquier momento hasta que fueran convocados para seguir la lucha... Pero nadie los volvió a convocar y el exilio se fue haciendo cada día más largo y pesado. A medida que pasaban las semanas y con esfuerzo para entender qué estaba sucediendo, comprendieron más tarde que temprano, que ya no podrían volver a continuar nada. Que todo fue aniquilado mientras ellos bosquejaban cómo sobrevivir. Y allí quedaron, varados en países con lenguas desconocidas, con gente que los protegió o delató, dependiendo más de la suerte que de la ideología de los anfitriones. También hubo los que se repartieron por los países latinoamericanos a continuar la lucha como en Nicaragua o El Salvador, por ejemplo. Algunos regresaron, desde todos los continentes, con algarabía en el ’83 con la llegada de “la democracia”, otros quedaron para siempre arraigados sus hijos en tierra ajena y ya sin posibilidades de regreso. Muchos de ellos pasaron hambre, delirio y soledad en los primeros años. Casi todos los que no volvieron siguen mirando nuestro país con la nostalgia del que se promete regresar algún día para quedarse definitivamente...
Pero también hubo otros que no se fueron a ninguna parte y que la causa de su sobrevivencia dentro de las fronteras del país se debe a una noble y heroica razón: sus compañeros de militancia, hoy desaparecidos, no los delataron en la tortura... Estos hombres y mujeres anduvieron de aquí para allá, escondidos en cuevas, en pueblos inhóspitos, en barrios pobres, en grandes urbes, siempre huyendo, con la tenaza en la garganta mientras veían cómo día a día los nombres y rostros de sus compañeros caídos llenaban las rojas páginas de la amarilla prensa de la dictadura. Lentamente, muy lentamente, comenzaron a aparecer como personas cualquiera, sin abrir la boca, cual seres sin pasado que aterrizaban en una sociedad diezmada por la represión de Estado.
Todos estas personas, sobrevivientes directos de la masacre, aún están entre nosotros.
Muchos de ellos son los que con más ahínco han seguido a los genocidas juicio tras juicio, atestiguando, reconstruyendo, investigando. Son los que aún con amenazas dieron los testimonios que, aunque con la tradicional lentitud de la ley burguesa, llevaron a la cárcel a Miguel Etchecolatz y a Christian Von Wernich en La Plata; a Menéndez, Díaz, Lardone, Manzanelli, Padován, Acosta, Rodríguez y Vega en Córdoba; a Carlos Esteban Plá, Víctor David Becerra, Miguel Angel Fernández Gez, Luis Orozco y Juan Carlos Pérez en San Luis. Son los que siguen las causas de la ESMA y Campo de Mayo. Son los que han encontrado la forma de involucrar e involucrarse con abogados, militantes, simpatizantes y luchadores de otras generaciones que colaboraron y colaboran con ellos.
Todas estas personas peinan canas y si no se dedican a los derechos humanos, las veremos manteniendo conductas aprendidas en los ’70 entremezclados en agrupaciones gremiales; en clubes vecinales organizando actividades barriales; en organizaciones sociales y políticas diversas...
Ya no existen aquellas organizaciones madres por las cuales fueron perseguidos, torturados, presos o exiliados. Cada cual ha hecho, desde entonces, lo que ha podido en medio de esa enorme derrota sufrida por ellos como protagonistas principales y por todo el pueblo que aún soporta las consecuencias.
Es cierto que también hay otros sobrevivientes que prestaron y prestan sus traseros miserables para atornillarlos en los cómodos sillones de funcionarios del estado burgués y que gobierno tras gobierno han perdido su dignidad y nuestro respeto acomodando su ideología al mandamás de turno para no perder sus “puestitos”... Para ellos no está dedicada esta nota. Para ellos reservamos nuestra vergüenza y DESPRECIO. El más profundo desprecio.
Sin embargo, cada 24 de marzo no es para recordar a los miserables que se acomodaron defecando el camino de sus compañeros caídos, sino para recordar a todos los que digna y abnegadamente lucharon por un país mejor, más allá de los matices y convicciones que los hicieron integrar las diferentes organizaciones prácticamente tan desaparecidas como sus hacedores.
Es responsabilidad nuestra incorporar en esta fecha a los sobrevivientes. A los ex presos, a los ex exiliados internos, a los ex exiliados del exterior. Porque unos vivieron en cautiverio, maltratados por años y salieron a un mundo que se olvidó de ellos. Otros vivieron el cautiverio del miedo en el propio país, esperando que cualquier día vinieran por ellos, temiendo que la desaparición forzada les saliera al encuentro en cualquier esquina. Otros cambiaron de país, de casa, de costumbres y de idioma sin haberlo elegido y quedaron anclados a la fuerza en tierras extrañas y cuando se habla de exilio, tanto interno como externo, se lo hace a la ligera, sin considerar las consecuencias que dejó en cada uno de ellos.
Todas estas personas son parte de una invisibilidad que ni siquiera se altera los 24 de marzo. La desaparición, como símbolo, se perpetúa en esa invisibilidad. Cada 24 de marzo sólo mencionamos a los desaparecidos, como si dentro de la vida cotidiana los sobrevivientes no existieran y como si no hubieran sido parte de esa historia en la cual los desaparecidos eran sus compañeros... Como si esa historia viva que ellos representan no fuera necesaria para aprender y apelar a ella como referencia.
El resto, los 30.000 compañeros, siempre han estado y siguen estando presentes, pero no habrá memoria viva de nuestro pasado más reciente si todos sus protagonistas no “aparecen” ante nuestros ojos.
A todos ellos, los que se entremezclan recóndita y honestamente en cada organización barrial, social, sindical, política o de derechos humanos, a los que sobrevivieron a la barbarie y se pierden anónimamente entre nosotros, saludamos en este 24 de marzo, porque están vivos, porque son necesarios para las futuras generaciones, porque aún cantan, ríen y empujan...

Amanda Cánepa (Capital Federal) Columnista de ``EL COMBATIENTE´´

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